El litoral de tu nombre
por Pedro Manterola
por Pedro Manterola
dESDE LA VENTANA, atrás de los árboles, los días que se han ido dibujan la silueta de un río que busca el litoral. En la misma ribera descansan las presencias que han dejado de serlo, las palabras perdidas, las caricias tatuadas, las miradas y las voces derramadas en la memoria, las lágrimas que mojaron tus manos, el llanto que te hizo culpable. Aparece de repente, rotundo, el silencio. Y cuando todo es silencio, no hay manera de huir.
Toda ausencia, me dirás, es una huida. La mujer extraviada, el amigo errante, el cuento sin final feliz, el rey de castillos de arena, la canción que no pudiste cantar, las flores robadas tiradas al piso, la mujer que se perdió en las mil y una noches, la luna llena, esta vida en cuarto menguante...
No huyo, busco. Caminos, respuestas, manos, miradas, sonrisas, palabras. Inevitablemente. Sin exigencias, sin apremios. A veces, si, ansiedad. Si huyo, es del silencio que atrapa la nostalgia suficiente para saber que eres duda, tiempo detenido que parece juzgarte.
En la obscuridad el tiempo no tiene salida. Es simultáneamente gloria e infierno. Y las palabras se hacen pretextos que explican porque no estás, porque no llegaste, porque vives convertido en estatua de sal, expresiones que diluyen fracasos, que esconden victorias, triunfos, aciertos, reencuentros, un adiós sin despedida. Tantas palabras, eco hecho diálogo, suenan indignas. Son voces que saben a lengua, lenguaje, pacto, juramento, compromiso... No más perdón no deseado, no más miedo, no más llanto, no más silencios. No quieres la indignidad. No hay vida en el limbo, ese no lugar sin luz ni palabras.
Solo quién conoce la luna sabe lo que es perder el miedo. Solo quién abre los ojos en la madrugada y logra ver la silueta de sí mismo, el rostro de la mujer que aún no llega, los paisajes que fueron y los que son porvenir, la ruta perdida, el faro en la bocana y el barco en el puerto, entiende que el camino es milagro y rutina, la cara de un niño, la mano de un ciego, el ladrido de un perro, las alas de un colibrí, la voz que repite tu nombre como quién grita “¡Eureka!”.
Bañarse con la luz de la luna es expiar los pecados que aún no cometemos. Es trazar con las manos los pliegues de una piel que sabe a canela y huele a vainilla, que transpira la sal de mil mares aún no descubiertos. Es el destino, la ciudad perdida en el océano que separa las tierras para unir los recuerdos, los deseos, la esperanza, el cuerpo de una mujer que bañada de luna se convierte en el sol de un planeta recién nacido.
¿Cuánto tiempo seguí tus huellas en un reloj de arena? Una eternidad con aroma de muerte que dejó de ser agonía apenas percibir tu tacto, imaginar tu sonrisa, decir a tu oído palabras en un idioma que hasta ese día no conocía.
La búsqueda libera al silencio de olvido y cadenas. Tu cuerpo despoja al olvido de espejismos y cura la ceguera de un hombre que entiende con solo mirarte que es otro y no podrá ser el mismo. Eres alma, tierra húmeda, manantial, cordillera. La salvación de un inocente que vive del remordimiento. El final del miedo, el origen del verbo.
No hay milagro si caminas sobre las aguas. Así eres tú, nada más. No huimos si abrimos el mar para encontrarnos en mitad de la nada, lugar que a otros parece sombrío y para nosotros es esperanza y principio. La vida viene del agua, del mar, de su origen, del fondo obscuro de una noche sin luna. Tierra, desierto, montaña, ribera, selva, río, mar, litoral. Destino, leyenda, ficción, espejismo, camino. Semilla, comienzo, advertencia. Las palabras que forman tu nombre.
Has venido a hablar, a hacer, a decir, a caminar, construir, a escribir. A ser. Que nada, nadie, te diga que estás prisionero, que es imposible, que la vida es mentira, que la palabra no tiene valor, sino precio. Quisieran hacerte creer que somos lo mismo. Pero no son iguales. Sí: polvo somos, y en el polvo seremos eternos. Pero los seres de lodo no están hechos de barro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario